jueves, 17 de diciembre de 2015

Sólo cuando habla

Un día escuché decir a un charlatán de esos que pregonan su sabiduría universal por distintos programas radiofónicos, que vio a un grupo de hombres sentados en un bar y, “por sus pintas” (palabras textuales), supo que eran policías. Pues bien, yo, dueño del bar de enfrente de una comisaría, harto de verlos a diario, no sabría decir quién, aun estando uniformado, verdaderamente es policía. Allende altos, bajos, anchos o flacos, los hay brutos, amables, callados, chistosos... Y hasta sabelotodos como aquel tertuliano. Eso sí, distingo a un fantasma incluso a través de las ondas.

Con esas cavilaciones, observaba a un grupo de parroquianos habituales: tres reían las gracias de un cuarto, que poniendo voz grave y forzando visajes intentaba imitar a su jefe; otro parecía veranear en un universo paralelo. Algunos lucían barbas hipster, piercings o tatuajes;  ¿A ese aspecto se refirió aquel parlador?

El veterano comisario entró con paso decidido y expresión dura, y el gesto del parodiador  quedó congelado en una mueca. Tuve que hacer un esfuerzo para no reír.

―Buenos días, Comisario. ¿Lo de siempre?

―Tenemos un problema, Julián. ¿Está tu hermano?

―No. Le envié a comprar, no tardará.

―Si no está es que no va a venir, le he visto salir corriendo del hipermercado. Necesito hablar con él, puede ser el único testigo de un asesinato.

―¡¿Asesinato?! ¡¿Quién?! ¡¿Cómo?! ¿Está bien mi hermano?

―Él sí, tranquilízate. Han matado a un yonqui. Desde hace poco, también se dedicaba a pasar. Estaba detrás de él, personalmente, porque sospecho que su material es parte de un alijo que tenemos bajo custodia. Alguien del cuerpo está implicado, estoy seguro, y tu hermano podría saber quién. Sé que miente compulsivamente, pero es mi única esperanza. Necesito que estés presente para intentar sacarle la verdad.

Sí, miente, aunque sólo cuando habla. Los médicos dicen que es una forma de autoprotección parecida al autismo. Pero es la persona más inteligente que conozco.

Sólo podía haber ido a casa, así que para allá fuimos.

―No está aquí ―dijo el comisario―, ¿nota algo fuera de lugar?

―Si ha venido estará en su habitación.

En su cuarto tampoco estaba, pero, como le comenté al comisario, sí había estado:

―Esa pizarra está movida, siempre la tiene pegada a esta pared ―dije señalando la de la izquierda de la puerta―, quiere decirnos algo.

―Lo que ha escrito no tiene sentido. ―Se leía “9UP20d” con caligrafía de calculadora.

―Para él lo tiene.

―¿Y de qué nos sirve si no podemos entenderle? ―protestó.

―Es consciente de ello ―repliqué―. Sé que nos ha dejado algo para que le entendamos.

Miré desde otra perspectiva. Si había movido la pizarra era por algún motivo.

―¡Ahí, mire, un espejo! Él odia los espejos.

―¿Y qué significa eso?

―¿No lo ve? está enfrentado a la pizarra. Mire su reflejo. ¡La palabra cobra sentido!

―¿Bosque? ¡¿Qué cojones significa bosque?! ―El comisario empezaba a sulfurarse―. Ninguno de mis agentes se llama o apellida así. ¡Tu hermanito está jugando con nosotros!

―¡Está jugando, eso es! Necesitamos un diccionario, de pequeños jugábamos a esto.

―Espera, tengo la aplicación de la RAE en el móvil ―dijo sacando su smartphone.

―Busque la acepción más rara.

―A ver… ―Observó la pantalla―. ¡Barba! ¡No me jodas! ¿Cuantos putos hipsters hay en comisaría? ¿Diez, doce?

—¡Espere, ya lo entiendo! ―dije―. Está reduciendo las opciones: primero el bosque, es decir, la comisaría; ahora el tipo de árbol, los con barba… Creo que hay que seguir.

―No sé quién está peor, si tú o tu hermano. Esto es una pérdida de tiempo. Si le encuentras, llámame ―dijo el comisario con ademán de abandonar.

―Pruebe a buscar barba, no pierde nada ―insistí.

Con desgana, se puso a teclear de nuevo. Cuando obtuvo los resultados en pantalla los comenzó a recitar entre dientes:

―Uno: Parte de la cara… Dos: Pelo que nace en… ―Fue leyendo a medias cada una de las entradas―. Dieciocho: mmm ―Su voz ya no llegaba ni a susurro― Diecinueve, en desuso: Comediante que hace el papel de viejo o anciano. ¡Hijo de puta! ―gritó saliendo de la habitación.

Tras el portazo que dio el comisario al salir, mi hermano apareció del interior del armario. Su cara de miedo contrastaba con una difuminada sonrisa de satisfacción en sus labios.

La mañana siguiente el bar parecía una biblioteca. Las risotadas eran ahora murmullos. Quizá porque faltaba el chistoso, el imitador; quizá por el titular de las portadas: “AGENTE POLICIAL DETENIDO POR HOMICIDIO Y TRÁFICO DE DROGA”.

jueves, 26 de noviembre de 2015

El lápiz mágico

Marco miraba a su madre desde la puerta de la habitación. Temía interrumpir un sueño que, sin ser apacible, parecía reconfortante. En los seis días que su madre llevaba en cama, sobrevivió con lo poco que había encontrado por la cocina. El último trozo de pan tuvo que ablandarlo en leche. Y ya no quedaba nada. Y tenía hambre. Decidió no despertar a su madre. Comprobó que tenía el lápiz en el bolsillo, cogió las dos monedas que quedaban en el pequeño cofre de los ahorros y salió a buscar comida.

Tenía siete años y era la primera vez que salía solo de casa. De pronto se vio inmerso en un bosque de piernas, rebotando de muslo a muslo. Apretó el puño donde guardaba las monedas. Tropezaba con quien venía de frente y era arrollado por quien le seguía. El camino hasta el establecimiento se hacía eterno. Estaba harto de hacer ese trayecto con su madre, sabía que lo encontraría en esa dirección, pasado el callejón, así que siguió adelante esquivando extremidades bajo un cielo de papadas, pero en cada choque quedaba desorientado.

―¡Eh, chaval! ―La voz salió del callejón―. ¡Ven aquí!

Estaba a punto de llorar. La angustia le presionaba el pecho de tal manera que le faltaba el aire. Miró hacia la voz. Por miedo, nunca se había atrevido a mirar el interior del callejón. No le pareció tan terrorífico como lo había imaginado. Y estaba libre de tránsito peatonal, un oasis en el mar de extremidades donde naufragaba. Pero la voz tenía su origen en un barbudo desaliñado de mirada amenazadora. Marco sintió un escalofrío recorrer su espalda. Atemorizado, quiso salir corriendo, pero un golpe de cadera le hizo caer hacia el interior del callejón. Rodó unos metros y se golpeó codos y rodillas contra el suelo. Al levantar la vista tenía al hombre de pie junto a él.

―¿Qué guardas en esa mano, mocoso? ―preguntó el mendigo.

―Dos monedas ―contestó tembloroso y con las lágrimas resbalando por sus mejillas―, las últimas que nos quedan, mi madre está enferma y tengo hambre.

―Yo también tengo hambre. Dame esas monedas si quieres volver con tu madre. Tu padre ya se encargará de darte de comer.

―No tengo padre ―sollozó Marco llevándose instintivamente la mano al bolsillo.

―¡Qué tienes ahí! ―gritó el hombre.

―Nada... ―Marco reculó arrastrando el trasero, empujándose con los talones, protegiendo el bolsillo con su cuerpo―. Sólo es un lápiz. Es lo único que tengo de mi padre. Por favor, no me lo quite.

El mendigo se acercó despacio.

―Quiero verlo. Si de verdad es un lápiz, te lo podrás quedar. ―El tono de estas palabras convenció a Marco. Mostró el lápiz, aunque con precaución―. ¿De dónde lo has sacado?

―De mi madre. La escuché llorar. Ella creía que yo dormía, pero estaba despierto. Me levanté y la vi hablar con el lápiz como si hablara con mi padre, algo de una promesa. Entendí que él le dijo que era mágico y que haría que estuvieran juntos para siempre. Le gritó que la había engañado y lo tiró a la basura.

El hombre se acuclilló para verlo mejor. Marco aguantó la respiración. Tenía la cara del viejo a dos palmos, y parecía que se ahogaba. De pronto, le invadió un ataque de tos. Marco aprovechó para escapar. Sintió un golpe en el brazo, el hombre intentaba detenerlo. Se le cayeron las monedas, pero no se detuvo, corrió hasta su casa sin mirar atrás.

Su madre seguía durmiendo. Fue a su cuarto y se ovilló en un rincón. Sacó el lápiz. «Sé que eres mágico y harás que estemos juntos». Cogió un papel y empezó a dibujar su sueño, donde su madre no estaba enferma y su padre vivía con ellos. Dibujó hasta quedar dormido.

Cuando despertó, sonaba el timbre. Tuvo la sensación de que llevaba sonando bastante tiempo. Al salir de su habitación, vio a su madre dirigirse a la puerta. Parecía encontrarse bien. Ella abrió y se encontró con un hombre alto, cargado con un cesto de comida.

―¿Tú? ¿Pero… cómo has llegado hasta aquí después de tanto tiempo? ―preguntó su madre al hombre.

―Pues… mi padre… me llamó después de ocho años y...

―Yo te lo explicaré ―dijo el viejo barbudo apareciendo por detrás―. Ha sido gracias a vuestro hijo, mi nieto.

―¿Marco?

―Sí. Con vuestras monedas pude llamarle y decirle dónde estabais...

―¡No! ―interrumpió Marco―. Ha sido el lápiz. Y les mostró el dibujo que había hecho.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Mi fantasma de la guarda

 –Paco, un whisky –pidió, al entrar en el bar.

 –Hola, Teo, ¿cómo vas? ¿Ha vuelto a hacer de las suyas, tu ex? –preguntó con tono de mofa.

 –Déjalo. Tienes razón, debí imaginarlo, o quizás soy sonámbulo y... –No quiso alimentar la mofa con su teoría, aunque estaba seguro de que Laura "tocaba" sus cosas mientras él dormía; le ordenaba todo de igual manera que hacía cuando estaba viva. Esa mañana, por ejemplo, se encontró las zapatillas perfectamente colocadas al lado de la cama; y las llaves que dejó en el bolsillo de la chaqueta, colgadas del gancho de la pared.– ¿Me pones ese whisky o qué? –dijo para zanjar el tema.

 –Yo ya no me ocupo de la barra. Helena, sirve aquí un whisky.

 Se acercó una chica morena, alta y delgada. Parecía indecisa, sus movimientos eran torpes, nerviosos, típicos del primer día de trabajo. Aun así, mostró la mejor de sus sonrisas y se mostró amable.

 –¿Un mal día? –preguntó mientras llenaba el vaso.

 –Uno más. –Ni siquiera miró a Helena. Bebió de un trago, sacó la billetera, dejó cinco euros sobre la barra, la volvió a guardar en el bolsillo interior del abrigo y se marchó.

 Llegó a casa y se fue directamente al dormitorio. Después de sacar la billetera y dejarla sobre la mesita, tiró la cazadora sobre una silla, se quitó los zapatos con el pie contrario y se dejó caer sobre la cama. «Que lo ordene ella», pensó en voz alta. Y se durmió así, sin acabar de desvestirse; sin quitar la colcha; atravesado, tal como había caído.

 Unos golpes en la puerta le despertaron. Aún no era de día. Teo miró el reloj, sólo habían pasado un par de horas. Un zumbido retumbaba en su cabeza. Volvieron los golpes.

 –¡Ya va! –gritó al tiempo que se incorporaba–. ¡¿Cómo no?! –susurró al ver los zapatos perfectamente colocados a sus pies.

 –¿Quién es? –preguntó alargando la e,con desgana. Abrió la puerta y se encontró con una mujer preciosa, morena, alta, delgada, con una mirada que le cautivó, le transmitía ternura, dulzura, hasta le pareció familiar.

 –Hola, Teo. Me envía Paco. Bueno, no, Paco me ha dicho que vivías aquí, pero él no me ha dicho que venga, me ha dicho que ya te la devolvería mañana, pero me ha parecido que podrías volverte loco buscándola y por eso te la traigo. –Soltó toda la explicación sin respirar, parecía nerviosa.

 –¿Perdona? ¿De qué hablas? –Al mencionar a Paco, supuso que era la nueva camarera. No podía creerse que no se hubiera fijado en esa belleza en el bar.

 –Tu cartera, la he encontrado en el bar cuando cerrábamos –dijo extendiéndosela.

 –Pero... No puede ser... Si yo... –tartamudeó girando la cabeza hacia la habitación.

 –Paco me ha dicho que te pasas por el bar cada noche antes de ir a casa, así que ya nos veremos mañana... –empezó a decir Helena a modo de despedida.

 –¡Espera!, te apetece desayunar conmigo mañana, es lo mínimo que puedo hacer por las molestias...

 –De acuerdo. –Aceptó con una sonrisa en la mirada.– Hasta mañana entonces.

A partir de aquel día, sus cosas no volvieron a ordenarse sin explicación lógica.

miércoles, 19 de agosto de 2015

El camino que a ti me lleva.


Cada trecho, cada recodo,
cada hoja que, ya seca,
el viento sobre mi hombro
hace volar, sedienta
de al fin alcanzar reposo
en el camino de piedras
que agarro a pasos cortos,
el que a tu lado me lleva;
juntos son simples esbozos
imitando tu belleza.

domingo, 9 de agosto de 2015

La maldición del cajón con su ropa.

Al despertar le dolían todos los huesos. Nunca habría pensado que independizarse sería tan duro. Cada rincón de su cuerpo sufría, ahora, las consecuencias del peso de la mudanza de ayer; y su alma el de haber dejado a su madre llorando. «Se le pasará. Y es un bien para ella, yo le daba demasiado trabajo», se dijo, cogiendo fuerzas para levantarse.


–¡Joder! –gritó– ¡Aquí hay fantasmas!


Las cajas estaban apiladas, todas menos la que se le cayó la noche anterior, que ahí seguía, tumbada tal como la dejó, pero ni rastro de los calcetines que quedaron esparcidos por el suelo.


Miró a la mesita de noche y le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Era el único mueble que se mudó con él, la única pertenencia con verdadero valor sentimental: la había fabricado su abuelo, con sus propias manos, dos días antes de sufrir un accidente mortal.


Abrió el cajón. Las manos le temblaban y un sudor frío acampaba por su espalda. Ahí estaban, perfectamente colocados y ordenados por colores.


Unos golpes secos le sobresaltaron. Llamaban a la puerta. Tardó en reaccionar, pero se levantó y fue a abrir.


–¿Padre? –Se sorprendió al encontrarle en el umbral y con la cara desencajada.

–Tu madre ha muerto.

domingo, 28 de junio de 2015

Una aventura con Pinocho




Se despertó sin abrir los ojos. Quería eternizar el bienestar que los restos de oxitocina le hacían sentir. «Los efectos secundarios del juguete nuevo», pensó, suspirando de placer. Palpó las sábanas buscando el consolador. El “Sean Connery” bajito e italiano que se lo vendió le aseguró su eficacia.
Saltó de la cama al oír el agua de la ducha. Observó el caos, las huellas de una loca velada. Pero el aparato no aparecía. No entendía nada.
En el suelo estaba la caja. La cogió y se sentó buscando en ella una explicación.
–¿Qué diablos me vendiste ayer, Geppetto? –susurró.

martes, 16 de junio de 2015

Besos #Encadenados

Bello
El despertar
Si
Ocurre con
Sus besos.

Beso incómodo
El que
Sólo tiene billete de ida.
Otro, el que tropieza,
Sospechoso, en los labios.

Besos que comienzan, entre lágrimas y abrazos, en el andén y llenan el aire al alejarse el tren. Recordados en sepia.

Besos, mi amor.
Yo quiero beber tus besos.
Los otros, mi vida,
son agua teñida
que no cala hasta los huesos.

Besos al alba,
robados a tus labios
aún dormidos.

domingo, 7 de junio de 2015

Reto 5 líneas (temblar, crecer, además) Gliese 0.3



—O la condena para nuestros hijos —murmuró Frank sin pensar. Se hizo un incómodo silencio. Frank miró a Eva. La vio temblar.
Blackfly mandó al resto de la tripulación a sus puestos y se quedó a solas con los futuros padres.
—¡Las normas eran claras!
—¡No me preocupan las normas! Además, ¿importan ahora?
Eva lloraba, ausente.
—Sois bioquímicos excelentes, si queréis verlo crecer, empezad a trabajar duro —dijo Hope en tono conciliador.

martes, 26 de mayo de 2015

Misofonía extremada

Escena 26 del taller de Literautas.

—¿Puedes cerrar bien el grifo? —dijo Carlos en voz lo suficientemente alta como para ser escuchado desde cualquier rincón. El monótono goteo de un grifo mal cerrado le estaba sacando de quicio—. ¡Que cierres el puto grifo! —insistió gritando, desgañitándose—. ¡Vieja inútil! ¡Ya no vales ni pa' eso!

Se levantó de súbito y la silla rodó tras él. En dos zancadas, llegó a la cocina y abrió la puerta de un manotazo. Fue hasta el fregadero, atenazó la llave con rabia y cerró el grifo.

—¿Pero dónde cojones...? —empezó a decir al ver que su madre no estaba. En su ira transitoria había olvidado que huyó espantada en el transcurso de otra de sus crisis, mientras cenaban.

La buena mujer, sufriendo la soledad de su hijo, hacía lo imposible por facilitarle la existencia en cuanto estaba a su alcance: le visitaba a diario, le hacía la colada, se encargaba de la compra, limpiaba... La noche anterior decidió quedarse a cenar con Carlos. Fue una mala decisión, el párkinson que padece provocó una escena horrible, el repiqueteo del cubierto contra el plato y su dentadura enfureció a su hijo de un modo inédito hasta ese momento. Carlos perdió la cabeza. Le gritó. Le insultó. Hasta le llegó a agredir lanzándole lo que tuvo a mano. A duras penas pudo escabullirse, la desdichada mujer.

Carlos no hacía más que darle vueltas a la ausencia de su madre. Le parecía extraño que, a media mañana, no hubiera aparecido todavía. Se acercó al ventanal que daba a la calle. Vio más movimiento que de costumbre. Sintió envidia. Hacía mucho tiempo que no salía del apartamento. Recordó que había dejado de ir al cine porque le irritaba la gente comiendo pipas o palomitas; a los restaurantes por el ruido al masticar, sorber y modo de respirar del resto de comensales; y el sonido que hacían los transeúntes al caminar, el compás que marcaban los tacones contra el pavimento, le condujo a la clausura.

Siguió rastreando la calle desde detrás de los cristales. No había vestigio alguno de su madre. Pudo observar la creciente aglomeración y el carácter festivo que respiraba la multitud. Un escalofrío le recorrió la espalda, acababa de recordar que estaban en Semana Santa. Se aseguró de que todo estuviera bien cerrado y comenzó a bajar las persianas frenéticamente, presa de un pánico irracional, envuelto en un sudor frío. El bullicio de las fiestas no le afectaba de manera especial, pero sabía que, más pronto que tarde, llegaría el retumbar de las procesiones y sus marchas. Percibía, aunque lejano, el jaleo popular, el jolgorio de la muchedumbre. Andaba en círculos por el salón, devorado por los nervios. Sabía que no lo soportaría. Necesitaba buscar una salida a su sufrimiento.

Se dio cabezazos contra la pared en un intento por perder la conciencia, el dolor que sentiría si no lo conseguía sería mucho peor que el de unos cuantos chichones al recobrar el conocimiento. No tuvo suerte. Tenía la cabeza magullada, pero no era nada en comparación a la mezcla de ira y terror que le martirizaba. No aguantaba más. Abrió un cajón y sacó un revólver. No lo pensó, apoyó el tembloroso cañón en la sien derecha y accionó el gatillo. El clic, tras meterse en su cabeza, rebotó y se propagó como un eco. Le dolió como si la bala ya se hubiese alojado en su interior, pero el dolor se debía al choque del percutor contra la recámara vacía.

—¡Mierda! —gritó. No había reparado en que estaba descargada.

Ya no tenía fuerzas para cargar la pistola y menos para soportar el chasquido del tambor y el martillo al armarla. La arrojó y la pantalla del televisor se hizo añicos. Cayó al suelo, mareado, sin fuerzas, pero plenamente consciente. El silencio de la multitud, previo al inicio de la marcha procesional, fue para Carlos como el resurgir del moribundo instantes antes del fin. La breve paz la interrumpió una llave penetrando en la cerradura y el casi imperceptible chirriar de la puerta de entrada. Utilizó la poca energía que conservaba para levantar la cabeza. Vio a su madre correr hacia él. La mujer le consiguió calzar unos enormes auriculares que inyectaron en Carlos un antídoto de ruido blanco justo cuando los tambores comenzaron a sonar.

domingo, 17 de mayo de 2015

Recuperando rimas... Latidos



Sueño que me susurras al oído
en estas frías noches de invierno.
Se van acelerando mis latidos
a la vez que se aviva un fuego interno
que ya creía extinto, en el olvido.
Renace en un inerte corazón,
ahíto y yermo de algo de pasión,
un sin fin de insólitas sensaciones
que pasaron siglos en el exilio.

Y despierto sudando a borbotones,
buscando un sueño que ya no concilio,
en una realidad que me castiga
sin colocar acento a tu palabra,
sin saber el aroma de una amiga,
haciendo a la distancia la macabra,
la que convierte todo en la utopía
que en este destino nos ha tocado.

Cierro los ojos al morir el día
y alcanzo a sentir que estás a mi lado.

Secreto de confesión

Dejó la casa del Señor para sumergirse directamente en las tinieblas. La noche la envolvía,  la acusaba. No pudo. Lo intentó pero no pudo confesar el pecado que la corroía y lo disfrazó de sueño. Ante el nuevo párroco, Damián, no encontró valor para relatar su fantasía, y menos para revelarle que ella, soltera y entera, tan devota, tan puritana, tan casta, ella que, a sus cincuenta años, no había conocido hombre alguno, había empezado a tocarse mientras fantaseaba. Y lo que más le avergonzaba, ¡sentía placer al hacerlo!
Aceleró el paso en un intento de dejar atrás a sus fantasmas. La oscuridad era ahora más densa. Una incipiente niebla la asfixiaba. Dobló una esquina, la del callejón que solía coger para atajar. El susto la paralizó y no pudo reaccionar. Una rápida mano acalló los gritos que rompían en su interior. Sin darse cuenta se vio aprisionada en un portón, los pechos aplastados contra una dura jamba y el tórax del extraño oprimiendo por la espalda. La mano libre del abusador le empezó a recorrer la cintura, los muslos, las caderas, a sobar las nalgas. Notó como le olfateaba el cuello introduciendo la nariz entre su melena.
—No te resistas, te va a gustar. —El susurro fue tan próximo al oído que le retumbó en la cabeza.
Una pierna irrumpió entre sus rodillas. Luchó por impedirlo pero las suyas cedieron. Se vio abierta y vulnerable, como la flor que el insecto intenta marchitar. Una mano con aguijones buscaba su néctar. Manuela cerraba con fuerza los ojos, como intento de escapar de la pesadilla. Temblaba. Aún entumecida por el pánico, adivinaba el caminar de unos dedos recorriendo su cuerpo, traspasando ya la ingle, esa frontera jamás franqueada. Era tal la voluntad del violador que, centrado en conseguir el inmaculado tesoro, relajó levemente la mordaza. Manuela aprovechó para hincar los dientes con todas sus fuerzas. Notó el sabor de la sangre, pero no aflojó el mordisco hasta sentirse liberada.
Temblorosa, asustada y culpable se sentía Manuela. Acurrucada en una esquina de la iglesia intentaba tranquilizar el acelerado pulso por la carrera. No se había fijado en que su agresor no la seguía, sólo corrió y corrió hasta sentirse a salvo de nuevo en la parroquia. Ahora era otro el demonio que la atormentaba, la culpa. «El Señor me ha castigado —repetía una y otra vez para sí misma—, he cometido sacrilegio y me ha castigado».
—¡Manuela!, ¿Qué hace ahí tirada? —No oyó acercarse al padre Damián— ¿Se ha caído? ¿Está usted herida?
—No, padre —contestó con la voz rota mientras se enjugaba las lágrimas con la manga—, estoy bien…
—¿cómo va a estar bien? Está usted llorando a mares… ¿Qué ha pasado?
—Pues… Pues… —Las palabras no le salían. Las lágrimas se derramaban con más fuerza. La respiración, entrecortada, no abastecía a los pulmones de suficiente oxígeno.— El señor me ha castigado, padre. He mentido en confesión.
—No será para tanto —intentó consolarla el padre Damián.
—Es muy grave, padre. El pecado es mucho peor, no lo soñé. Fantaseé mientras me tocaba, padre. ¿Entiende? Es repugnante —escupió entre sollozos—.
—Manuela, en los tiempos que corren, mucha gente hace cosas peores y no se martiriza por ello. Si te va ha hacer sentir mejor, puedo confesarte de nuevo.
—No, padre. No puedo…
—Deme las manos —dijo el padre Damián poniéndose a su altura— se sentirá mejor.
Manuela ofreció las manos con timidez. El padre Damián las cogió y las apretó. La fuerza con que lo hizo transmitía confianza y seguridad. Manuela se relajó y dejó que el calor del contacto la tranquilizara.
—Cierre los ojos, baje la cabeza y céntrese en la respiración. —Manuela obedeció.— Bien, llene los pulmones. Expulse el aire despacio. Controle el ritmo.
Estuvo varios minutos inspirando y expirando, dejándose hipnotizar por la voz del párroco. Abrió los ojos. Vio las grandes manos de Damián abrazando las suyas. La mano izquierda del cura estaba parcialmente cubierta por un vendaje. La pequeña mancha roja que aparecía en la limpia venda le hizo pensar que protegía una herida reciente. Un escalofrío recorrió su espalda.
—Manuela, ¿está arrepentida del pecado que causa el dolor en su alma? —Siguió el sacerdote.
Un nuevo temblor se apoderaba de Manuela. Pensó en salir corriendo, pero el padre Damián la sujetaba con fuerza.
—Sin arrepentimiento no hay absolución, Manuela… —La voz suave y serena del clérigo hizo que ella levantara la mirada. Se topó con los penetrantes ojos de Damián. Los estudió unos segundos.

—Padre, estoy totalmente arrepentida. No le volveré a morder.

sábado, 9 de mayo de 2015

Reto 5 líneas (pintura, poemas, temor) Gliese 0.2

Reto 5 líneas de Mayo de 2015


El capitán Hope Blackfly reunió a la tripulación. Sus caras eran poemas: quien menos tenía los ojos desorbitados o la mandíbula desencajada. La estampa parecía una pintura cubista. El temor se reflejaba en todos ellos.
—Ya conocen la situación. Sé que tienen miedo. Pero piensen que, si conseguimos habitar el planeta, la humanidad tendrá una segunda oportunidad. La Tierra está condenada. Esto puede ser el futuro de nuestros nietos.

viernes, 8 de mayo de 2015

Recuperando rimas... Aún te veo

A Blacky, un fantástico pastor alemán de pelo cano.


Sigo
tus últimas pisadas
y no están contigo,
están abandonadas
a medio camino.

Miro
pero no te veo,
sólo te imagino.
Cuento con los dedos
las veces que río
y me sobran diez.
Creo que la sonrisa
te tenía envidia
y también se fue.

Leo
pero no entiendo
lo que el destino
quiere decirnos.
Me deja triste,
mas puedo entender
que aunque no mire
siempre te veré.

martes, 21 de abril de 2015

La maldición

Taller de #escritura nº25. Móntame una escena: la maldición



Pasada la línea de ricos pabellones, Aníbal descubrió un campo sembrado de humildes lonas de siervos y caballeros menores, de caballerizas de campaña y de hogueras rodeadas de plebe durmiendo al raso. En medio de aquel mejunje descollaba una forma semiesférica con armazón de caña rebozado en pieles. Semejaba una lúgubre covacha andariega. La boca del infierno, la llamaban los rumores. A Aníbal, ahora que la veía, no le parecían exagerados. Algo comparable al miedo le impedía el acceso.


—El gran señor de Pinares, valeroso en la lucha, al que apodan El Bravo, ¿recela en el umbral de mi humilde cabaña? —La ajada voz sorprendió a Aníbal.
—¡No es miedo lo que sufro, mujer! —respondió recalando en el cubículo.
Decenas de velas iluminaban a una anciana de pelo cano, encorvada, arropada en una capa de paño negro y rodeada de frascos y hierbas.
—¿Y qué puede hacer sufrir al guerrero más fiero del reino? —inquirió con sorna.
Aníbal, iracundo por la ironía, pensó en marcharse, pero dominó su orgullo y, después de un breve silencio, prosiguió:
—Me fallan las fuerzas. Ayer, en la lid, la lanza me pesaba como si fuera de plomo, con las piernas no podía presionar lo necesario para dominar al caballo y mi visión se emborronaba al enfocar a mi adversario. Nunca me había sucedido nada parecido —dijo preocupado—. He oído de sus habilidades, ¿puede arreglarlo?
La vieja parecía nerviosa, sorprendida. Se puso a rebuscar en los frascos. Al fin dio con uno, lo abrió y volcó su esencia. Huesos y piedras rodaron bajo la mirada de la anciana. Al cesar el baile de cachivaches, la mujer elevó veloz la cabeza y clavó los blancos ojos en Aníbal. Él padeció un escalofrío.
—Es un hechizo... Muy poderoso...
—¿Vencerme con brujería, apocarme con magia de feria? —Aníbal no pudo reprimir una carcajada.—  Alguien lo probó hace muchos años. El Brujo, le llamaban. Ese día acabaron sus falsos maleficios.
—No deberías verlo como una broma, es muy eficaz —quiso explicarle—, aunque no para vencer en la lucha. El conjuro de amor se apodera del alma del deseado y la exprime, la deja seca, sin vida.
—¡¿De amor?! —se sorprendió Aníbal— Nunca me han escaseado las mujeres cuando he querido, pero no soy un galán perseguido por doncellas ofreciéndome sus favores, no soy nada agraciado, ¿Quién querría enamorarme?
—Un heroico guerrero induce pasiones dispares…
—¡Déjelo! ¿Puede eliminar el conjuro?
—Será difícil, y me llevará varios días, pero creo que sí.
—No dispongo de días, lucho hoy, en breve me espera un duelo singular, un lance de honor.
—Pues no podré hacer mucho... —Desplegó un pequeño pañuelo, puso sal mezclada con varias hierbas sobre él, unió las esquinas y las amarró con los dos cabos de un cordel, creando una especie de collar.— Llévalo colgado del cuello —dijo acercándoselo—, que la bolsa quede en medio del pecho. Paralizará el conjuro si permaneces alejado de la madre del hechizo.
—¿Qué quiere decir?
—Si hueles su aroma volverán las dolencias de ayer; si cruzas la mirada con ella será peor, quedarás a su servicio —le aclaró.
—Comprendo, procuraré enfocar sólo a mi rival. —Se colgó el collar y abandonó la cabaña de la sanadora.


Aníbal siguió los consejos de la anciana. Parecía ir bien, pero con las primeras refriegas volvieron las malas sensaciones. Sus maniobras eran vagas y sus golpes cada vez más débiles. Su visión se nublaba. Aún así se sabía superior al rival y, a base de mandobles, logró cansarlo. Para el desenlace, blandió la espada a dos manos girándola sobre la cabeza y descargó un golpe aprovechando el peso del arma. Su rival se defendió alzando su acero, pero el mandoble le desarmó e hirió la mano. Quedó arrodillado, de espaldas a Aníbal, quien, amenazando con la espada, lo fue rodeando.
—Alzad la cabeza y decid cómo os llamáis para morir con honor —ordenó Aníbal ya cara a cara.
Observó como su rival apoyaba la mano dañada en la pernera para aliviar el dolor y con la izquierda abría la visera del yelmo ya erguido. Unos ojos azules, femeninos, se apoderaron de su alma. Su cuerpo se paralizó. No pudo reaccionar al impulso felino con el que, el adversario, esquivó la espada lanzándose hacia él. Casi no percibió como la daga aparecida en la mano derecha del enemigo se hendía en su corazón. Murió ahogándose en esos ojos y escuchando:
—Mi padre se apodaba El Brujo. Yo soy La Maldición.

martes, 14 de abril de 2015

Busco palabras

Busco palabras bonitas,
que te hagan vivir
en el alma caricias.
Que rocen tu corazón
y le hagan reír.
Que causen en ti emoción.
Sin llegar a oír
de mi boca un te quiero,
que puedas sentir
que mi amor es verdadero.

domingo, 5 de abril de 2015

Recuperando rimas... Balas de chantaje

He llegado sin billete ni equipaje
a éste, mi último viaje
a las aspas de tu cruz,
vacunado de potajes y brebajes
que una bruja de linaje
sirve siempre a contraluz.


Me he quitado los grilletes de chantaje,
su sabor a maquillaje,
la esperanza de betún.
Sin más maleta que un ajado traje,
sin pagar ningún peaje,
a ver cuánto cobras tú.


Hacen falta dos
para una batalla
sin sentido.
Y agallas
para que el rencor
no haga descosidos
cuando, por amor,
guardas lo que callas
pero el dolor
rescata balas
del olvido.


Preparado para el próximo vendaje,
para probarme otro traje
de los que hay en el baúl
embrujado por un bonito paisaje
de flores y follajes
con los aires del sur.


Seguro de que en cuanto me relaje
se tornan plantas de forraje
esas flores de salvaje azul.
Y de vuelta al mundo del pillaje,
de la confianza al sabotaje
a la hora del vermú,
para joder el partido del plus.


Hacen falta dos
para una batalla
sin sentido.
Y agallas
para que el rencor
no haga descosidos
cuando, por amor,
guardas lo que callas
pero el dolor
rescata balas
del olvido.

miércoles, 1 de abril de 2015

Reto 5 líneas (decía, años, alejados) Gliese 0.1

Reto 5 líneas de Abril de 2015


El meteorito había dañado el tanque de combustible. Habían perdido dos terceras partes de las reservas. El manual de consumo decía que tendrían que reducir la velocidad si querían volver a la Tierra, eso suponía, con lo alejados que estaban, que tardarían más de cien años. Fuera como fuese no vivirían lo suficiente, no tenía sentido regresar.
—Continuamos rumbo a Gliese 581g —ordenó el capitán—. Confiemos en que Butler tenga razón.

lunes, 16 de marzo de 2015

Al ritmo de su corazón

Pablo, recostado en el asiento, giró la llave hasta la posición de contacto. La tertulia de una emisora local invadió el coche y le martilleaba la cabeza. Acarició, apático, uno de los botones para cambiar de frecuencia, sin mirar, con la cabeza recostada e inclinada ligeramente hacia la izquierda. Fue música lo que dominó el ambiente esta vez, pero en su cabeza sólo rebotaban las palabras del médico y la discusión posterior con la madre de su hijo:
«No creo que aguante más de 24 horas. —Pablo no preguntó ni replicó al médico, tampoco cayó abatido, simplemente se fue de la sala.
Sin perder tiempo, al salir al pasillo, llamó a Luís, su abogado, amigo y hombre de confianza:
—Adelante, hazlo... Sí, ahora... No, no hay tiempo para pensar más, hay que cerrarlo ya. Avísame de inmediato...
—¡No puedo creerlo! —empezó a recriminar Emma, su ex mujer, que lo había seguido–, a tu hijo se le apaga el corazón y tú pensando en tus negocios —La expresión de ella retrocedió en el tiempo, a los reproches de sus últimos meses de matrimonio—. Creía que esto te había cambiado, pero veo que no —concluyó con tono de desprecio.
—Ahora no, por favor —contestó de forma pausada—. Tengo algo importante que hacer…
—¡Eso, vete!
Pablo, después de un eterno silencio, con la cabeza abatida y tras un suspiro, añadió:
—Luego te llamo, estate pendiente del teléfono.
—¡Lo que me faltaba por oir! —Emma no aguantó más, le dió la espalda y corrió junto a su hijo con las lágrimas enturbiando el camino hasta él.»
Apretó el botón del teléfono y se iluminó la pantalla, lo hacía a cada minuto, para comprobar que seguía encendido, impaciente, esperando que una llamada cortara el hilo musical de la cadena de radio. Los minutos se le hacían eternos y el bluetooth del teléfono no interrumpía la melodía.
A través de la ventanilla, el hospital se erguía imponente sobre las rocas, desafiante al borde de un precipicio de más de treinta metros. Las centenarias paredes de roca de aquella antigua fortaleza, capaces de resistir ataques durante siglos, eran fácilmente atravesadas por la mirada de Pablo. Veía a su hijo consumirse postrado en aquella cama, conectado a varios monitores, entubado. Permitió, por fin, que las lágrimas recorrieran sus mejillas, necesitaba llorar.
Adormilado, casi en trance, se encontraba Pablo cuando paró la música y entró una llamada. En la pantalla aparecía “Luís” en letras rojas. Pablo se enderezó en el asiento y pulsó el botón verde.
—Dime, Luís.
—Está hecho. La empresa está vendida... malvendida, y el dinero en el número de cuenta que me diste.
—Bien, ahora necesito un último favor, coge el sobre que hay encima de mi mesa, traelo al hospital y entrégaselo a Emma.
—Pero…¿De qué se trata?
—Es importante, ábrelo con ella delante y ocúpate de todo.
—Pero…
—Luís, lo entenderás en su momento. Muchas gracias por este gran favor, nunca podré recompensarte. Ahora no pierdas tiempo.
La armonía que irrumpió esta vez, tras finalizar la llamada, parecía transmitir más fuerza. Pablo tenía el pulso acelerado por la adrenalina. Miró al infinito y sonrió. «Es el momento», se dijo. Buscó a Emma en la lista de las últimas llamadas. Mantuvo unos instantes un dedo dubitativo sobre ella. No estaba seguro de querer hablar con ella, de escuchar sus reproches, y menos de que ella quisiera hablar con él. La echaba de menos. Añoraba los buenos momentos que había pasado con ella y se maldecía por no haber sabido mantener eso, por echarlo todo a perder, por obsesionarse con el trabajo y alejarse de ella poco a poco. Descartó llamarla. Abrió el whatsapp. De nuevo buscó el nombre de su ex mujer entre las conversaciones abiertas. Con una suave caricia accedió a ella. Miró unos segundos la foto de perfil. Le encantaba esa fotografía, le hipnotizaban esos enormes ojos verdes, los tirabuzones rubios que caían sobre sus hombros.  Volvió a la realidad y empezó a teclear. Arrancó el motor, cerró los ojos y dejó que la música apaciguara el ritmo de sus latidos. Abrió los ojos, suspiró y rozó el icono de enviar:
«Emma, te quiero, os quiero, espero que me perdones por haber desperdiciado lo más importante de mi vida.
Luís te dará unos documentos y entenderás mi comportamiento.
Ahora necesito que salves a nuestro hijo, avisa a los médicos, hay un corazón compatible.»
«Check»
«Doble check»
«Doble check azul»
Pablo aceleró a fondo.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Recuperando rimas... Estar contigo


Estar contigo 
es degustar 
caviar del bueno. 
Estar contigo 
es no soñar 
porque no quiero, 
porque te tengo. 

Estar contigo 
es sonreír 
tras un suspiro. 
Estar contigo 
es descubrir 
lo que es sentir 
mientras te miro. 

Estar contigo 
es lo mejor 
que me imagino. 
Estar contigo 
y alrededor 
me da lo mismo, 
estás conmigo. 

Estar contigo 
es suplicar 
a lo divino 
que no hay motivo 
pa' separar 
nuestro camino, 
nuestro destino. 

Estar contigo 
no es volar, 
es más bonito. 
Estar contigo 
es navegar 
al infinito. 

Estar contigo 
es lo mejor 
que yo imagino. 
Estar contigo 
y alrededor 
me da lo mismo, 
estás conmigo. 

domingo, 8 de marzo de 2015

Las dos caras de la luna



Acecha tras un rostro angelical,
seduce con su cuerpo de pecado,
pero en su interior habita el mal,
el corazón más negro y despiadado.
Quien puede resistir a esa bella
mirada, baila al son de sus palabras,
las que tarde o temprano dejan huella
en el corazón que espera le abras.
Se estampa con la cruda realidad
quien, hechizado y carente de fortuna,
ignora que la inmensa oscuridad
esconde la otra cara de la luna.



miércoles, 25 de febrero de 2015

Será el azar...

Las ramas de ese olivo,
mecidas por el viento,
¿susurran sin motivo
ese dulce lamento?


La luz de aquella estrella
que admiro somnoliento,
¿casualidad, tan bella
mota en el firmamento?


¿Será el azar creador
de toda la belleza?
¿Del piar del ruiseñor?
¿Del olor de una flor?
¿Del color en la naturaleza?
Si es así,
en ti
culminó su proeza.