Hoy,
en esta isla, ha ocurrido un milagro. Nadie ha muerto, parece
imposible pero sólo hay un par de heridos leves. Es de suponer que
la hora de la explosión ha influido, a las siete de la mañana hay
poca gente trabajando en los edificios de oficinas que constituyen
esta isla. Los primeros vehículos de urgencias en aparecer han sido
los de los bomberos, unos veinticinco minutos después de la
explosión. La policía y las ambulancias han tardado aún diez
minutos más.
Mario
Cruz, de los últimos en llegar, miraba absorto desde cierta
distancia preguntándose qué embrujo le había premiado con
semejante atrocidad su primer día de inspector jefe en la comisaría
local. Tan concentrado estaba en sus pensamientos que no escuchó
acercarse a Gálvez, el más joven a su cargo, quizá por eso era uno
de los pocos nombres que retenía de las presentaciones de la tarde
anterior.
–Jefe,
el plano de la isla –el muchacho sostenía una carpeta con el brazo
derecho estirado–, he marcado los edificios dañados y el lugar más
probable del origen según el jefe de bomberos, dice que la zona ya
es segura.
–Gracias,
Gálvez –cogió el legajo y se dirigió a paso ligero hacia la zona
cero. Gálvez le seguía un paso por detrás. Cruz vio al
subinspector discutiendo acaloradamente con un hombre.
–¿A
quien le grita...? –Cruz no recordaba el nombre.
–¿El
de la americana a cuadros? –Gálvez entrecerró los ojos– Ah, es
Mendoza, el Jefe hasta la semana pasada, tiene prohibido acercarse a
la comisaría a menos de doscientos metros y supongo que tampoco
puede acercarse a una investigación, el subinspector García se lo
estará recordando.
–Conozco
el caso –Cruz no dejó de mirar a Mendoza, aunque tampoco aminoró
el paso. Observó como su predecesor parecía entrar en razón y se
alejaba del cordón policial; como se detenía, consultaba la hora en
su muñeca izquierda y volvía a alejarse, ahora a un ritmo más
decidido.
Cruz
recorrió el resto del trayecto recordando el informe del caso
Mendoza: Lo denunciaron varios de sus subordinados. Los de
asuntos internos encontraron indicios suficientes como para
apartarlo del servicio durante la investigación.
Ya
en el cráter que indicaba el epicentro de la explosión, el
Inspector Jefe comprobó con sus propios ojos la magnitud de la
destrucción. La detonación se había producido justo en el centro
del cruce de las dos calles que separaban los cuatro edificios más
altos de la isla, los más emblemáticos, los que contenían las
oficinas de las empresas más importantes. Los cuatro edificios
estaban perjudicados por igual, dos metros por dos de esquina
de cada uno de ellos había desaparecido. La simetría le pareció
espeluznante.
El
cruce parecía estar en hora punta, funcionarios del cuerpo de
bomberos y de la policía ocupaban cada metro cuadrado,
inspeccionando cada rincón. La primera hipótesis del jefe de
bomberos era que la explosión se había producido por la acumulación
de gas, quizá por una fuga en los conductos subterráneos. Cruz no
estaba muy convencido, la simetría de la destrucción no le parecía
casual. Hizo saltar su mirada de edificio a edificio, parecía
imposible, no veía diferencias sustanciales, hasta el mismo armario
rojo de extintor colgado a un metro del suelo quedaba a la
vista en los cuatro. «No es posible que ni siquiera uno haya caído
con la deflagración».
–¡JEFE!
–Gritó mientras corría hacia el bombero de más rango–
¡inspeccionen los extintores de los edificios, pero no los abran
hasta estar seguros del contenido de los armarios!
Un
bombero de baja estatura pero corpulento fue el primero en dar la voz
de alarma, otros tres lo confirmaron, había cuatro bombas más.
–¡TODO
EL MUNDO FUERA, EVACUEN LA ZONA! –Gritó mientras huía junto a
Gálvez– Reúne a los hombres que puedas y buscad a
Mendoza, creo que todo ha sido una trampa para acabar con toda la
comisaría de un plumazo, si es así no se habrá alejado.
Al salir de la zona de peligro dejó hacer a sus hombres. Vio cómo rodeaban y detenían a un sorprendido Manuel Mendoza, la expresión de perplejidad de éste le hizo dudar. Le vino a la memoria, como un fogonazo, el principal acusador de Mendoza según el informe. La imagen de la discusión que había presenciado hacía poco le aclaró del todo. Corrió hacia García, era de los pocos que se había quedado fuera, controlando el cordón policial. Se abalanzó sobre él, le tiró al suelo. Le redujo y le cacheó. Ahí estaba, en un bolsillo de la chaqueta reglamentaria encontró el detonador.
Los de asuntos internos acabaron acusando a García de todos los cargos de los que él había acusado a Mendoza. El resto de agentes se había retractado un día antes del atentado. No supieron explicar como se había enterado de ello García. Por suerte Cruz pudo sentir en la contrariedad de la expresión de Mendoza durante su detención que éste era inocente.